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Channel: hypeyou.tv » Irene Selvaggi
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Dormir en la cocina (o cómo evitar ver Alicia en el país de las maravillas con tu novia)

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En la peli Alicia en el país de las maravillas hay un momento clave. Mi novia dice que es justo cuando la muchacha dice:

Alicia: este es mi sueño y yo decidiré como continúa.

Pues yo lo odio. Por pasteloso y rosa chicle. ¿Verdad que lo es? Decidme que sí. Os lo pido por favor. ¡Decidme que sí! Puedo ser muy pesada, lo sé. E igual de suplicante que mi novia, justo ayer por la noche: tienes que verla, tienes que verla, tienes que verla ahora! 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4… Por mucho que ella contara yo no me movía. Ni hacia delante, ni hacia atrás. No había segundos que me siguieran. Estaba en la cocina de nuestro mini-piso, dónde no existe el tiempo. Estaba en el búnker, en la nave, en el cau. Y ella, ahí a lo lejos en la habitación, no podía entenderlo. Siempre pienso en Cris cuando estoy en un lugar sin tiempo. Me vienen a la cabeza esas reuniones de trabajo en el piso sin ventanas. O de creación de idea. El piso blanco. O de lo que fuere. Qué hora es? le preguntaba. A lo que Cris, con otro piti en la boca decía: No sé, ¿abrimos una de vino?

Mientras mi novia seguía con la cuenta atrás me fijé en el reloj de la cocina. No funciona. Y entendí muchas cosas: el día en que Brenda lloró semi-desnuda y borracha en el suelo, la noche en que ella se pasó la vida y media fregando una olla porque se había enganchado mucho la salsa, los bailes raros que Didi describe como salsa-hip-hop. Y también: mi lugar de escritura. Estoy sentada en un taburete pequeño. Me lo encontré en la calle. Me gusta la calle porque todo es gratis. Lo recogí. Enfrente: el fregadero, el horno, las cosas útiles. A mi izquierda: la nevera y esa ventana que da al vecino – guapo (aunque yo, como nunca llevo las gafas, aún no sé si es verdad o no). Detrás mío, la puerta de entrada o salida. Y a la derecha, el cuarto con las escobas y las cosas de limpiar. Que sí, siempre está hecho un asco. Sucio. Puto asco sucio. En esta cocina no puedo ni andar. Es de unos 5 metros2. Máximo. Sin espacio. Y para mí, desde ayer, sin tiempo. Como un refugio de guerra: latas de guisantes, latas de lentejas, latas de judías verdes, latas de tomate. Y pasta y arroz. Agua en garrafas. Patatas. Y -como la vida está moderna- una nevera. A fuera sonaran las bombas, dentro no pasará nada.

Irene: me estoy leyendo un libro. Léetelo. Por favor. Se titula: ¿Como debería ser una persona?.

Alicia: pero si no soy la misma, el asunto siguiente es ¿quién soy? ¡Ay, ése es el gran misterio!

Irene: de eso se trata. De quiénes somos y quiénes deberíamos ser. No puedo reflexionar sobre el libro. Porque es demasiado. Pero puedo verme, me obliga a verme: persona. Persona sentada en un taburete de gratis en el refugio antinuclear.

Antinuclear

Antiaéreo

Antibombas

Antitodo

Para documentarme y así he leído blogs en Internet sobre refugios. Existía el Führerbunker, que se construyó en el subsuelo de Berlín para proteger a los altos cargos del Estado y a las fuerzas armadas de la Alemania nazi. También tenemos en Barcelona. Muchos muchos. El 221. El de la plaça del Diamant. El de Mas Guinardó.  Era la Guerra Civil. Joan F. explica que en poco tiempo sabían distinguir si el bombardeo era por barco o por avión. Los de los barcos tenían dos ataques y en medio el silbato del proyectil. Los de avión no avisaban: silbido y explosión. Boom. En el refugio no se podía llorar, no podías lamentarte. Tápate la cara si sientes pena. Todo se contagia, y más el dolor. La abuela María cuenta que era más fácil hundirte en el refugio que afuera. Te hundías de lástima y de desesperación y te querías morir, de hambre o de cualquier cosa. Quitarte la vida. Suicidarte. Y mientras tanto, cómete la piel de la naranja.

En mis manos aún me quedan cuatro gajos de naranja. Les he puesto azúcar por encima. Pienso en Cris. Ella me diría, tan práctica: te empastillas o te tomas tus hierbas, pero sales fuera YA. Y me lo diría porque sabe que es lo que yo le diría a ella. Sal y lucha.

Antitodo

Antipersona

Anti-Irene:

pues también.

Por eso me pregunto: ¿Y si cuando sales de la cocina te encuentras en un piso de 30 m2? ¿Y si cuando sales del piso estás en una manzana de bloques simétricos y cuadrados? De esos sin fluorescentes ni nada que brille o sin flores o sin vecinas que hagan topples o sin un perro que se mee en la puerta del más estúpido. ¿Y si tu puta ciudad es tremendamente confortable, cómoda, recta, perfecta? El miedo a estar siempre en ningún-lugar me envuelve hasta el infinito. Hasta el universo: cocina > piso > bloque > ciudad > país > continente > mundo. Universo. Y los ojos se me empañan y la cocina parece limpia. Por una vez en su vida, está limpia. Llena de mar.

Irene: hoy he recibido el primer correo de mi amiga. La que se ha ido a México. Es una valiente. Le he contestado un: BAILA! Así en mayúsculas.

Alicia: siempre se llega a alguna parte si se camina lo suficiente.

Irene: yo sólo he llegado hasta la cocina. Para escribir este texto. Para la revista. Toma. Mierda de país de las maravillas.


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